Que las discográficas están en crisis no es ninguna noticia, y los sellos especializados en música clásica no son una excepción.
Norman Lebrecht, de profesión pájaro de mal agüero, ha hecho carrera y fortuna a base de profetizar en docenas de medios el fin próximo e irremediable de la industria musical.
Las causas del declive varían según a quién se consulte. Las grandes discográficas, que ya hace tiempo que absorbieron a los sellos especializados, apuntan a Internet y a la piratería; numerosos críticos señalan el envejecimiento de los consumidores y la falta de carisma de los intérpretes actuales; los consumidores, por último, hacen hincapié en los precios inflados y en la falta de incentivos tecnológicos o artísticos para renovar sus colecciones.
Todos tienen su parte de razón. Aunque es difícil encontrarse con discos de Mozart en las aceras, existen numerosas maneras de obtener ingentes cantidades de música a través de Internet. Sin duda un reducido número de melómanos con aficiones tecnológicas se ahorra una buena cantidad de dinero compartiendo sus discos ilegalmente. Son los menos. El perfil del consumidor de música clásica no coincide en absoluto con el del pirata informático. La piratería, entonces, es un problema, pero menor. Puede que la accesibilidad instantánea que proporcionan Internet y los programas P2P esté bloqueando el acceso de un cierto número de consumidores jóvenes al mercado musical, pero difícilmente sus potenciales compras iban a salvar una industria que lleva décadas en recesión.
Y es que el grueso de los aficionados a la música está formado por personas cada vez mayores y no se aprecia ningún esfuerzo por parte de nadie para atraer a la juventud a las salas de conciertos. El dinero destinado a subvencionar la cultura va mayoritariamente a museos y al cine; y en menor medida a los grandes festivales y a orquestas prestigiosas, que alcanzan a un público muy reducido. A los ya aficionados se les presenta una buena oferta, probablemente la mejor que nunca se ha podido disfrutar. Pero acceder a ella es difícil debido al desinterés y al desconocimiento. En este sentido, la política de promoción cultural de la música es el equivalente a exponer un centenar de cuadros de Velázquez en una nave de las afueras sin hacer ningún tipo de promoción, salvo un pequeño cartel colocado en una sala remota del museo menos concurrido de la ciudad.
En el pasado, la barrera entre lo popular y la alta cultura estaba menos definida que hoy en día. Estrellas como María Callas gozaban de un reconocimiento popular similar al de cualquier grupo pop de éxito. Hoy en día, por el contrario, los únicos artistas "clásicos" que gozan de atención mediática son viejas glorias a punto de la jubilación —los tres tenores— o jóvenes "portentos" del crossover —como Vanessa Mae o Bocelli, el tenor ciego. En nuestra era dominada por expertos en relaciones públicas, el carisma es un producto que puede fabricarse como cualquier otro. Si las discográficas eligen promocionar a unos artistas en lugar de a otros no es por sus cualidades innatas, sino por el supuesto beneficio que pueden conseguir. Beneficio que suele encontrarse en el subgénero más popularesco de la música culta, el crossover.
El principal problema para la industria musical es que en las últimas décadas la industria ha devorado por completo lo musical. Todos los grandes sellos (EMI, Decca, Deutsche Grammophon, Teldec, Philips, Columbia, RCA) han sido adquiridos por grandes conglomerados del entretenimiento (Vivendi, BMG, Sony, AOL Time Warner) o han visto como su división comercial crecía hasta controlar por completo la compañía (EMI). Ejecutivos sin ninguna experiencia en las particularidades del mercado clásico tomaron el control estratégico del mercado, inundándolo de productos concebidos en el molde que estaba generando beneficios en otros mercados musicales. Desde el punto de vista económico, su planteamiento no puede ser criticado. Los productos prefabricados que tanto desprecia el aficionado se venden por centenas de miles, mientras que una grabación aclamada por la crítica puede llegar con dificultad a las 15.000 copias.
El corolario de lo anterior es, obviamente, que los departamentos dedicados a realizar esas selectas grabaciones no son rentables. Y por tanto deben desaparecer. Esto es lo que sucede hoy en día y tanto critican Lebrecht y compañía. La desaparición de las grandes compañías que impulsaron la industria discográfica en el último siglo. Es triste, pero tampoco hay que derramar excesivas lágrimas. El mercado sigue ofreciendo un nicho especializado, que compañías más pequeñas (y con una clara vocación cultural, además de comercial) han aparecido para llenarlo. Algunas han resultado tremendamente exitosas en lo económico, como Naxos. Otras se mantienen a duras penas, pero continúan grabando nueva música y aportando su invalorable contribución a la cultura moderna.
Nos hemos comentado nada acerca del precio de los discos. Lo cierto es que es un argumento irrelevante en esta discusión. Los discos de música clásica son igual de caros que los demás, y con más motivo. Una gran orquesta sinfónica alcanza los cien ejecutantes, mientras que el grupo pop más nutrido no llega a la docena. Los gastos de personal y estudio son mucho mayores. Lo único que debe ser motivo de queja entre los aficionados es que los grandes sellos reediten grabaciones realizadas hace cincuenta años sin apenas reducir el precio, cuando prensar un compacto cuesta aproximadamente un euro y todos los gastos del estudio hace tiempo que se han amortizado. Pero como a pesar de las quejas los aficionados seguimos comprando esas viejas grabaciones, impulsados por su aura casi mitológica, los precios no bajan. Son, con los discos de crossover, lo único rentable que las divisiones clásicas pueden ofrecer a sus propietarios. Lógico es que le saquen rendimiento.
En el tintero se quedan aspectos interesantes, como la influencia de los cambios tecnológicos en el mercado discográfico, una comparación entre el comprador de música pop y culta, la revolución Naxos y posibles caminos que los grandes sellos pudieron tomar y descartaron.