Música, música por todas partes
Si hiciésemos una encuesta en la calle, preguntando a los viandantes si escuchan música clásica, la mayor parte respondería que no. Lo cierto es que se equivocan. Sin ir más lejos, es imposible acudir a una boda sin escuchar a Wagner o a Mendelssohn. Las dos marchas nupciales más populares (Ta-ta-ta-rá y piripiripíiii-pipiriiiiiriri, disculpen la penosa transcripción) son, respectivamente, de la ópera Lohengrin del primero y de la música para "Sueño de una noche de verano" del segundo.
Más fácil de tararear, la canción de cuna de Brahms se ha convertido con los años en la canción de cuna por anotonomasia, tarareada por miles de madres a quienes el nombre de Brahms no les sugeriría nada en absoluto. "La donna é mobile" de la ópera de Verdi Rigoletto es otra melodía instantáneamente reconocible y tarareada por millones de personas que jamás han ido a la ópera, al igual que el "Fígaro" (Fí-gaaaaa-rooo fi-ga-ro fi-ga-róoooo) de la ópera de Rossini “El barbero de Sevilla”.
También muy conocida es la ópera Carmen. La habanera "El amor es un pájaro rebelde" y los couplets de Escamillo "To-re-a-dor" son melodías que cualquiera reconoce al instante, al haber aparecido en miles de películas, desde Babe, el cerdito valiente a Los padres de ella.
El primer movimiento de la quinta sinfonía de Beethoven es quizás el más reconocible de toda la música orquestal. Su ritmo (ta-ta-ta-TA) coincide con el código morse correspondiente a la letra V y fue utilizado por los aliados durante la segunda guerra mundial como código para Victoria.
Sin llegar al nivel de asimilación de los ejemplos anteriores, muchas otras piezas "clásicas" se han ido incorporando a nuestro ideario colectivo a través de su uso en películas, anuncios y series de televisión. Sin ánimo de ser exhaustivos, podemos citar:
El llanero solitario cabalgaba por las praderas al ritmo de la obertura de Guillermo Tell de Rossini, obertura que figuraba prominentemente en uno de los más famosos cortos de Disney: "El concierto de banda"; en el que Mickey intentaba dirigir esta obertura, mientras Donald se dedicaba a sabotearle interpretando “El pavo en la paja” (una canción infantil anglosajona) al flautín.
El himno a la alegría que forma el último movimiento de la sinfonía nº 9 de Beethoven es ahora el himno de la Unión Europea, aunque ya era mundialmente conocido mucho antes, adaptación de Miguel Ríos incluída.
El requiem de Mozart, o más bien algunos fragmentos, se ha empleado en docenas de películas y anuncios para crear una sensación monumental y solemne.
A pesar del desconocimiento general de la música de nuestro siglo, millones de personas han escuchado obras de Ligeti, Penderecki, Henze e incluso Crumb. Películas como "El exorcista", "El resplandor" o "2001, Odisea en el espacio" utilizaron música contemporánea (escrita evidentemente para otros fines) para lograr ambientes opresivos, siniestros o misteriosos. Stanley Kubrick, en particular, tenía el talento natural de encontrar la música exacta para cada escena. El prólogo de “2001” no sería el mismo sin los mayestáticos golpes de timbal que Richard Strauss escribió para ilustrar el libro de Nieschtze “Así hablaba Zaratustra”; como tampoco el descubrimiento del monolito en la Luna tendría el mismo misterio de no ser por el coro "Lux Aeterna" de Ligeti.
El coro de los esclavos de Nabucco (Va pensiero) ha sido inmensamente popular en Italia desde que se estrenara la ópera de Verdi (cada poco tiempo es propuesto como nuevo himno nacional). En España se hizo famoso en la adaptación de Nana Mouskouri (“Cuando cantas, yo canto por tu libertad”)
Músicas que tienden a reaparecer una y otra vez en películas son:
Adagio de Barber: en escenas fúnebres o dolorosas, vg. catarsis Platoon.
Oh Fortuna! de la cantata Carmina Burana de Orff: escenas épicas, vg. Excalibur.
Cabalgata de las Valkyrias, de la Valkyria de Wagner: escenas épicas también, es famosa sobre todo por la escena de Apocalypse Now.
Aleluya de "El mesías" de Handel: a menudo usado de forma irónica por su connotación de júbilo triunfal.
Tocatta y Fuga en re menor, atribuída a Bach: siempre que aparezca un órgano en escena, no importa que lo toque el capitán Nemo o el conde Drácula.
Pompa y Circunstancia, marcha nº 1 de Elgar: en todas las graduaciones y siempre que se quiera aludir a la ceremoniosidad académica.
Can-Can de Orfeo en los infiernos de Offenbach: música de cabaret decimonónico por antonomasia, p.ej en Titanic o en Moulin Rouge.
Minueto de Boccherini (del quinteto nº 5): siempre que la acción se ambiente en el siglo XVIII.
Miscelánea:
El Vals de la suite de Jazz nº 2 de Shostakovich hace de fondo musical en el anuncio de lotería de navidad conocido como "el del calvo".
La sintonía de las famosas series de animación Érase una vez... (el hombre, la vida, el espacio, etc.) no es otro que el minueto del septimino de Beethoven.


Uno de los más tardíos genios de la música, Janácek rondaba los cincuenta años cuando por fin encontró su voz personal. Hasta entonces había sido un apreciado maestro en su Moravia natal; autor poco destacado de un buen número de composiciones tardorrománticas de cierto sabor bohemio. Para su cuarta ópera —Jenufa— decidió prescindir de toda convención y basarse únicamente en el ritmo natural del idioma checo y en la música morava que conocía desde su niñez. Jenufa no logró el éxito inmediato, pero con el tiempo acabó convirtiéndose en estandarte de la nueva música checa. Janácek no abandonaría este estilo hasta su muerte, componiendo en esas dos décadas seis óperas y un buen número de obras más, cada una más perfecta y más personal que la anterior. 
Una de las señas más recurrentes de la postmodernidad es la introducción de neologismos para nombrar conceptos usados desde la antigüedad. El mero hecho de renombrar lo ya conocido lo inviste de una aureola "moderna", a la vez que refuerza la conciencia de sí mismo que está en la base de la postmodernidad. Decimos lo mismo que nuestros abuelos, pero somos conscientes de que lo hacemos. Esta autoconciencia añade una capa más a nuestro discurso, (meta)capa que es el hallazgo original y valioso del arte de posguerra.
Esta pieza concentra —en apenas nueve minutos— un auténtico torbellino concebido para sacudir al oyente hasta el extremo. En varios momentos el límite entre música y ruido se estira hasta casi desaparecer. Los violines chillan en su registro más agudo; los chirridos de la cuerda grave —la pieza está escrita para 57 instrumentos de cuerda— compiten por el espacio aural con los más variados (y terroríficos) efectos percusivos. Los violentos cambios de dinámicas —volumen— fuerzan la escucha al límite: en un instante se pasa del umbral del dolor (cuádruple forte) al susurro imperceptible. No en vano numerosos comentaristas, ajenos al hecho de que Penderecki compuso primero la obra y sólo tras la primera audición le otorgó el título con el que se ha hecho famosa, han creído que la intención del músico era describir los efectos de un bombardeo nuclear. No es así. Esta música es mucho más que una (espantosa) anécdota musical. Puede interpretarse en un contexto más amplio que el de mero acontecimiento sonoro: al escucharla, el oyente sensible no podrá menos que meditar acerca de los terribles acontecimientos del siglo XX (Guerra, Holocausto, Hambruna, etc.) y de la posición del hombre contemporáneo ante ellos. Si al igual que un inadvertido aficionado a la música en su primera audición de los Trenos, somos superados por la magnitud de los cataclismos de este nuevo siglo, sólo el Tiempo lo dirá.
