miércoles, mayo 11, 2005

Noneto nº 2 de Bohuslav Martinů

A pesar del placer que muchos exégetas encuentran en relacionar hechos de la vida de los compositores con las obras producidas por ellos, lo cierto es que muy pocas veces la vida trasciende al arte, y cuando lo hace, es para peor: neurosis musical o mera anécdota sonora.

Y sin embargo es imposible separar vida y obra en esta pieza, la última de las obras maestras de Martinů. No precisamente porque las tristes circunstancias en las que fue escrita inunden la obra; Martinů fue siempre un músico pudoroso hasta el extremo, reacio a toda expresión sentimental de su vida interior. Este noneto no es una excepción: tiene la apariencia de un divertimento, obra de un Haydn del siglo XX. Pero, y he aquí el aspecto más importante de la obra, tras la fachada de jovialidad y frescura asoman el dolor y la nostalgia, de una forma más emocionante que si hubieran sido expresadas con toda la vehemencia romántica que tales sentimientos suelen evocar.

En este punto, conviene recordar sumariamente la vida de nuestro músico. Hijo de un zapatero y guardián de la torre del pueblo (Policka, Bohemia), que servía a la vez de reloj y de atalaya, Martinů pasó su infancia de niño débil y enfermizo contemplando el mundo desde su torre y escuchando los ritmos mecánicos del gran reloj sobre el que dormía. Estas experiencias infantiles se verían luego reflejadas en su música, tanto en su distanciamiento emocional (decía que prefería evocar el espacio inmenso que le rodeaba antes que las emociones personales) como en su afición por los ostinatos rítmicos. Niño prodigio del violín, su talento motivó a sus paisanos a pagarle la educación en Praga. Pero el joven Martinů no estaba hecho para la academia y pronto abandonó los estudios en el conservatorio para dedicarse plenamente a una educación autodidacta. Con inmenso esfuerzo logró asimilar la obra de los grandes compositores del pasado y, gracias a un puesto de segundo violín en la filarmónica checa, dominar la escritura orquestal. Axfisiado por la cultura musical checa y su devoción a Smetana y atraído por la música de Debussy y de los impresionistas, emigró a Paris. Al igual que Falla dos décadas antes, partió para unos meses y se quedó diecisiete años. Allí encontró su primer estilo y obtuvo sus primeros triunfos, con obras inspiradas en el jazz de los años 20. Por aquel entonces su escritura era más internacional que checa, basada más en el neoclasicismo de Stravinsky que en las brumas Debussianas. Hasta los albores de la segunda guerra mundial escribió sobre todo música alegre y picante, entretenimientos de muy alta calidad que le valieron una reputación internacional.

Todo esto cambiaría a partir de la invasión nazi de Checoslovaquia. La tragedia penetra por primera vez en la música de Martinů, haciendo del doble concierto para piano y timbales su primera gran obra maestra. La vida de nuestro músico dio un giro radical: huyó de Francia a Estados Unidos, convirtiéndose en un exiliado más. En EEUU escribió muchas de sus mejores obras, incluyendo sus seis sinfonías, mientras aguardaba el fin de la guerra y el retorno a su patria. Cuando al fin pisó de nuevo la tierra materna, fue tan sólo para encontrarla bajo el régimen comunista. Otra vez exiliado, volvió a EEUU, pero la nostalgia pronto lo hizo regresar a Europa, viviendo en Italia hasta que, enfermo ya, el gran mecenas suizo Paul Sacher le ofreció su casa, donde permaneció esperando el imposible retorno hasta el fin.

Es precisamente en la casa de Sacher donde Martinů compone este noneto, terminado seis meses antes de su muerte. El noneto checo, dedicatario de la obra, lo estrenó en el festival de Salzburgo unos meses después. Desde entonces se ha convertido en piedra de toque del escaso repertorio para nueve instrumentos, que en este caso son un quinteto de viento (flauta, oboe, clarinete, fagot y trompa) y un cuarteto de cuerda (violín, viola, cello y contrabajo). Esta amplia plantilla —para una obra de cámara— no se utiliza en efectos orquestales o de masa. En todo momento se mantiene la pureza de líneas de las grandes obras de cámara mozartianas. Es el color y su poder de evocación lo que preocupa principalmente a Martinů. Así, el primer movimiento respira un inconfundible aroma de orquestina de pueblo checo. Es una danza jovial, una escena bañada por el sol. Este recuerdo de su juventud es una suerte de Dvořak neoclásico y trascendido. La danza deja su lugar a las evocaciones nocturnas del movimiento lento. El solo de violín desarrolla un ensueño lleno de esperanza que pronto se ve turbado por el dolor y la tragedia. El final de este andante recupera el sentimiento incial, terminando en medio de una sentida paz.

En último lugar un rondó de rápidos cambios rítmicos y sutil perfume checo vuelve al sentimiento incial, matizado sin embargo por un sentimiento desconsolador que baña lo que de otra forma sería una alegre danza campesina. La coda pone fin a la obra con un himno "a los campos y bosques de Policka", según escribía el humilde compositor. Este canto al unísono se pierde finalmente en pianissimo, como un sueño.

Este noneto trasciende con mucho las modestas explicaciones de Martinů. Es un canto a todas las patrias de todos los tiempos, el sufrimiento de todos los exiliados transmutado en arte de una forma irresistible. En las antípodas de la neurosis Mahleriana o Chaikovskiana, Martinů reflexiona sobre los mismos temas que aquéllos: la cercanía de la muerte y la soledad, el exilio; interior en aquéllos, auténtico en el caso del checo. Pero Martinů no pierde el tiempo en lágrimas ni en sollozos. Separado de su tierra natal, la reconstruye con sus recuerdos, aún por un instante antes del fin. Al hacerlo, trasciende tanto su triste situación como su propia patria, haciéndolas universales, como sólo el verdadero arte puede conseguir.

5 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Suena bonito, pero nunca lo he escuchado. ¿Recomiendas alguna grabación? Fácil de encontrar, a ser posible. No están los tiempos como para irse a Brno a rebuscar gangas...

1:10 p. m.  
Blogger Elías Cañete said...

La mejor grabación posible es la del noneto checo para el sello Praga. Difícil de encontrar. Hyperion ofrece una doble antología en la que se incluye, pero dado el desfavorable cambio libra/euro, sale por un pico. Otras grabaciones en sellos como BIS o Timpani no ofrecen grandes ventajas ni en interpretación ni en fácil consecución.

1:48 p. m.  
Blogger Luis Fernando Areán said...

Otro compositor del que poco sé. Sólo me suenan las ondas Martinu, que no estoy muy seguro qué son...

9:26 p. m.  
Blogger Elías Cañete said...

Es natural que no te suene demasiado. Martinu es un desconocido, en la sombra de los titanes de entreguerras: Stravinsky, Bartók, la escuela de Viena. Y sin embargo su música tiene un encanto y una accesibilidad únicas. Se le ha descrito en ocasiones con la suma de Dvorak y Stravinsky.

Las ondas Martenot (por su inventor francés) son un instrumento electroacústico, de los primeros en desarrollarse junto al Theremin. Producen un sonido ululante muy careacterístico que Messiaen supo explotar como nadie (Tres pequeñas liturgias de la presencia divina, sinfonía Turangalila).

10:08 a. m.  
Blogger Santiago Castillo said...

Es una satisfacción encontrar una entrada sobre Martinu, el desconocido compositor checo (aunque Janacek no es que crea que sea superconocido por estos lares)

Por mi parte, permitidme indicar alguna iniciativa personal:

http://fansbohuslav.blogspot.com/

http://es.groups.yahoo.com/group/Foro_de_Bohuslav_Martinu/

9:33 p. m.  

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