martes, mayo 17, 2005

War Requiem

Dos retratos antibelicistas

La poesía de Wilfred Owen gira sobre un único tema: la guerra y su efecto devastador en el hombre. Su escasa obra tiene el sello inconfundible de lo auténtico, de lo vivido. Al estallar la primera guerra mundial se alistó como voluntario. Murió en el fango de un canal francés, tan sólo una semana antes de que se firmase el armisticio. Tenía veinticinco años.

En los poemas de Owen es la guerra misma la que aparece como enemiga, no los combatientes del otro bando. Ellos son víctimas, al igual que los compañeros del poeta. Se ha resaltado a menudo que su poesía carece por completo de autocompasión. Si el poeta se lamenta, es por la semilla de Europa sacrificada y no por sí mismo.
Tras la guerra sus papeles fueron clasificados y publicados, convirtiéndose en un símbolo de la barbarie que muchos creían nunca se repetiría, tanto había sido el sufrimiento.

Benjamin Britten fue una persona singular y un músico no menos singular. Pacifista en una época en la que el patriotismo era más que una exigencia, homosexual reconocido, izquierdista y agnóstico confeso, sólo su inmenso talento y su tenaz personalidad le permitieron ser reconocido como el mayor compositor inglés vivo, hasta el punto de granjearse el título honorífico de Lord de Aldeburgh. Fue en este pueblo de la costa de Suffolk donde se estableció con su compañero de toda la vida, el tenor Peter Pears. Allí murió también, en 1976, dejando tras de sí una decena de las obras maestras del siglo.

Britten fue siempre un músico orientado a lo vocal y su relación con Pears (y con el poeta W.H. Auden, autor de varios de sus libretos) no hizo sino incrementar su interés por la música escrita para la voz humana. Entre sus mejores obras se cuentan numerosas óperas (Peter Grimes) y ciclos de canciones (Serenata). Su estilo, firmemente enraizado en la tradición inglesa (Purcell era su mayor referencia), comprensible, comunicativo y directo, se adaptaba como un guante a la expresión de la idea que más preocupaba a Britten: el conflicto entre sociedad e individuo.


El requiem de guerra

Cuando un Britten en plena madurez recibió el encargo de una composición solemne con motivo de la inauguración de la nueva catedral de Coventry —la antigua catedral había sido destruida en los bombardeos de 1940— su primera idea fue escribir un requiem por las víctimas de todos los bandos de la segunda guerra mundial, que aunase el recuerdo con la reconciliación. Pronto el talento de Britten para transformar viejas formas con aspectos originales, sumado a su habilidad a la hora de escoger textos a los que poner música desviaron el esquema inicial hacia metas más ambiciosas. Decidió incluir, a modo de comentario, varios poemas de Wilfred Owen para ser cantados entre los versos de la misa de difuntos latina.

Estos poemas añaden una nueva dimensión a la obra. El texto latino —como en otros requiems del pasado— expresa el temor al castigo divino, el dolor de la pérdida y la esperanza en la vida eterna. Los textos de Owen ofrecen el contraste de un punto de vista humano. Para hacer más patente este contraste Britten pensó en dividir a los intérpretes en tres grupos: tenor y barítono, acompañados de una pequeña orquesta, representan a los combatientes cantando los poemas. Soprano y coro adulto, acompañados por una orquesta completa ponen voz a los textos latinos; representan a la comunidad que llora sus muertos y ruega por ellos. Por último un coro de niños sostenido por un órgano representa la pureza inalcanzable, angélica.

Para su ejecución Britten imaginó una reconciliación simbólica: un solista de cada país combatiente (Galina Vishnevskaya de la URSS, Peter Pears de Inglaterra y Dietrich Fischer-Dieskau de Alemania). Por desgracia la burocracia rusa impidió a Vishnevskaya salir del país para el estreno, aunque pocos meses después participaría en la primera grabación comercial de la obra para el sello Decca.

La obra alterna el miedo —que llega al terror en ocasiones— con la contrición; el lamento de los que se quedan con la paz de los que ya están fuera de este mundo. El absurdo de la guerra está siempre presente a través de la poesía de Owen, con sus combatientes estupefactos y confusos rodeados de una violencia que no pueden comprender. Un análisis completo excedería el espacio que aquí podemos dedicarle, por lo que nos limitaremos —por esta vez— a examinar el culmen de la obra, el movimiento final.

El coro abre el movimiento cantando el Libera me (que no es parte de la misa de requiem latina, sino un responsorio del oficio de difuntos):

Libera me, Domine, de morte aeterna,
in die illa tremenda:
Quando coeli movendi sunt et terra:
Dum veneris judicare saeculum per ignem.


(Libérame, Señor, de la muerte eterna
en este día espantoso
Cuando el cielo y la tierra se muevan
cuando vengas a juzgar al mundo por el fuego)


La angustia crece por momentos hasta alcanzar el paroxismo: es la condenación eterna lo que expresa Britten. Cuando la tensión es ya insoportable, barítono y tenor traen de nuevo la humanidad a escena. Britten hace recitar a los dos solistas el poema más famoso de Owen: Strange Meeting.

"It seems that out of battle I escaped […]"

El extraño encuentro de Owen es el de dos combatientes de bandos enemigos, que culmina en:

" I am the enemy you killed, my friend.
I knew you in this dark; for so you frowned
Yesterday through me as you jabbed and killed.
I parried; but my hands were loath and cold. "

(Soy el enemigo que mataste, amigo
Te reconocí en esta oscuridad, pues así me miraste
ayer mientras me atravesabas golpeando y matando
me defendí, pero mis manos estaban frías y renuentes)


En este momento comienza la catarsis definitiva. Barítono y tenor entonan la última línea del poema de Owen:

"Let us sleep now…"

La música se desprende de todo dramatismo, abandonándose a una consoladora simplicidad. El coro de niños entra cantando:

In paridisum deducant te Angeli;

(Que al paraíso te guíen los ángeles)


El canto se eleva hacia los cielos mientras los tres solistas entrecruzan sus líneas y, por primera vez en toda la obra, niños y coro unen sus voces. Es imposible describir el efecto liberador de esta música. Pero el consuelo no dura mucho tiempo. Toques espaciados de las campanas frenan la música hasta detenerla. La última frase, bañada por la angustia, es entonada en pianissimo:

Requiescat in pace. Amen.

La obra termina en el silencio y sin respuesta. ¿Hemos alcanzado la verdadera paz? ¿Estamos en los jardines sin aurora de Cernuda o en el paraíso celestial? Britten no responde por nosotros y ahí reside en parte la grandeza de esta obra monumental, equiparable a las pasiones de Bach o a la Misa Solemne de Beethoven.

2 Comments:

Blogger Elías Cañete said...

DONDE HABITE EL OLVIDO

Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.

1:56 p. m.  
Blogger Elías Cañete said...

El poema es, por supuesto, de Luis Cernuda. Extraído de su libro "Los placeres prohibidos" (1931).

1:57 p. m.  

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